Humo
(fragmento)
Te
decía:
yo
por ese entonces
buscaba
algo de luz en lugares oscuros,
algo
más que sexo gratis
con
olor a cerveza y a humo arrodillado.
Me
iba de casa a la tardecita,
el
sol bajando para que yo suba a una vida mejor,
y
salía a cazar cosas con nombres raros.
Amor
es una palabra estúpida,
pero
si te toca
te
arrastra y te arranca la piel del pecho.
(Esta
es una metáfora estúpida)
Quería
encontrar algo como eso.
Algo
que no se pueda nombrar.
Caminé
unas cuadras por el barrio
hasta
la parada del bondi.
Las
calles se confundían con la noche.
San
Francisco Solano se desplegaba
en
todo su esplendor.
La
tierra que nadie sabe dónde queda.
Siempre
escucho la misma pregunta:
¿de
dónde dijiste?
Y
si bien esto es Quilmes
no
tenemos nada que ver con Quilmes.
No
nos hacemos notar,
pero
nos mojamos la oreja, sacamos pecho
y
nos mantenemos despiertos hasta cualquier hora
para
protestar contra esa fuerza extraña
que
nos corta la sonrisa a la altura de la garganta.
Nos
faltan un montón de cosas
que
ya no importa nombrar.
Nos
importa un carajo.
De
todas formas jode.
Pero
estábamos con el paisaje
y
éste no se consigue en el Louvre.
Somos
únicos.
Eso
es muy importante.
Con
el asfalto como utopía,
con
un arroyo atravesando el cuerpo de la ciudad,
esa
vena coagula agua sucia y restos de comida.
Vas
a ver esos barcos de plásticos a la deriva
llamados
Figureti, Waldo, Trompis.
Y cada lluvia
convierte
la mugre en lodo
y eso en pequeños ríos donde los pibes se
bañan
los
días de calor.
El
tema es:
¿Quién
se morfa los tesoros?
Te
contaba:
cada
casa,
¿se puede llamar “casa” a esas cajas de
madera,
a
esos alambrados tambaleantes?
¿Y
esos pozos mutilados que están al frente
y
algunos llaman jardín?
Cada
una tenía prendida un foquito de 60 watts,
la
tele sobre el plato,
y
algo perdido o esquivo.
La
felicidad es un buen chamuyo
del
que alguna vez oímos un silbido,
esa
lejanía que te empuja una mueca
muy
parecida a una sonrisa.
Pero
no es ni ahí.
Levanté
la vista:
el
cielo estaba a punto caramelo.
Mientras
esperaba,
mientras
el tiempo se deslizaba suave
saqué
un pucho que le robé a mi novia.
La
recordaba colocándose el tabaco entre los labios,
chupando,
consumirse
la garganta a través de un papel
la
hacía sentirse suicida.
Pero
nos morimos a cada momento.
Lo
miré un segundo y lo guardé.
Yo
no fumo.
Nada
más me gustaba tenerla cerca de esta manera.
Esa
pequeña cosa inflamable sin sentido
era
un pequeño santo al que ella le rendía tributos
y devociones,
y
largos besos también.
Llevaba
su marca,
la
llevaba a ella
o
eso quise creer.
Llegó
el colectivo.
Me
subí.
Saqué
boleto de uno diez
cuando
tendría que haber sacado de dos pesos.
Los
asientos estaban sucios:
no
me llamó la atención para nada,
por estos lugares
a
nadie le importa dónde apoya el culo.
Me
doy cuenta
al
ver esas nenas desbordadas por su cuerpo,
panzonas,
preñadas.
El
manoseo es un camino peligroso,
lo
sé porque yo nací de una noche indeseable.
Los
veía mientras doblaba el colectivo.
Eran
tantos,
aún
son demasiados,
todavía
niños contra el paredón:
fusilándose.
Ella
con el clítoris al palo,
él
que no puede controlar sus manos
parece
no creer lo que está viviendo
porque
necesita comprobarlo con el tacto,
los
hombres somos así.
Un
toque,
apenas
un roce.
Lo
demás es un exceso innecesario.
¡Qué
locura creer que la noche enseña algo!
La
escuela de la calle es una mentira,
siempre
lo supimos,
pero
las mentiras
te
bancan la parada cuando todo se apaga.
El
bondi me deja cerca del lugar:
voy
al recital de un amigo.
Mi
amigo toca la guitarra,
la
enchufa a dos veinte y lo que se escucha
es
pura electricidad,
hace
ruidos con ella:
sonidos
que se chocan, expanden,
se
contraen, ensucian.
Dice
que eso se llama rock.
Cree
que está contribuyendo a una causa.
Esa
música, ¡por dios!
viene
arruinando vidas
desde
que nació.
No
hace falta dar apellidos
no
soy buchón.
Los
jóvenes siguen confiando,
tocando
pagando
soñando
viviendo
en
nombre del rocanrol.
Me
pregunto
si
hay esperanzas para ellos
si
hay esperanzas para nosotros
si hay esperanzas para alguien.
Camino dos cuadras oscuras
y
llego al lugar.
En
las esquinas los pibes se reúnen
alrededor
de la angustia,
que
parece alegría desquiciada,
euforia
envasada y efervescente.
Estoy
viejo.
¿Qué
importa?
Mis
sueños son imposibles,
eso
me da soltura y tranquilidad.
Puedo
pensar, entre otras cosas, que mañana
el
día será una parada más de esta gira interminable.
Pero
estábamos con los pibes,
¿Quién
más puede ser tan arriesgado,
tan
temerario a esa hora imprudente?
Vi a un grupito:
chicos,
chicas y todas las posibilidades,
estaban
tomando algo extraño en una botella de plástico.
La
búsqueda inagotable de certezas, ¿no?
Se frotaban las manos,
yo
me subí el cuello de la campera
y
sentí un ligero escalofrío.
Estaban
desabrigados
pero
hermosos.
Ser
joven es ser hermoso.
Son
esos años donde la ansiedad
te
come los codos.
El
futuro es todo lo que está por venir
y
no un espejo maltrecho del pasado.
Los
miré,
ellos quieren cargarse de recuerdos
de
momentos inolvidables.
Y
tal vez lo hagan,
pero
pasarán.
La
mugrosa puerta de entrada del local
estaba
rodeada de afiches que nombraban el pasado:
Pobres
dementes, Motor Loco, Destrucción masiva,
Los
leches, A-D 90, y así.
Cuánta
gente haciendo cosas,
peleando
contra el viento
justificando
su existencia ante la nada.
Esta
es la prueba de que el tiempo existe
o
de que ninguno va a sobrevivir
a
la acumulación de días y horas
y
momentos desechables.
Me
cobraron la entrada,
sonreí
ante tamaña injusticia
porque
el arte
ahora
tiene marcas indeseables.
No
importaba,
todavía
alcanzaba,
iba
a tirar de la soga a fondo,
buscarle el límite y pasarlo.
Entré:
la
oscuridad es un color tan luminoso
y
tan atractivo
que
podría vivir en él todo un sueño.
¿No
comprendés que la repetición
es
la forma más sutil del olvido?
Esas
baldosas
en
las que apoyé orgulloso mis pies
me
daban seguridad.
Con
tantos rieles encima,
historia
nocturna y eterna,
estaban,
estábamos, escribiendo el futuro.
Y
ojalá el futuro
no
venga nunca
que
nos divirtamos toda una vida,
una
vida que dure una noche eterna y fugaz
así
no me aburro,
así
nos damos cuenta
que
nada se repite
y todo es hijo del tiempo,
de
esos momento en donde
la
vida se aleja de la realidad.
¿Vos
me entendés? ¿No es así?
Si,
nos
estamos entendiendo.
Walter Lezcano (Goya, Corrientes, 1979). Docente de Literatura. Editor en Mancha de Aceite. Periodista
freelance.
Publicó Jada Fire
(Difusión Alterna, 2011), Los Mantenidos(Funesiana, 2011), Tirando los perros
(Gigante, 2012), 23 patadas en la cabeza (Difusión Alterna, 2013, Eloisa
Cartonera, 2015), Humo (Vox, 2013), Calle(Milena Caserola, 2013), El
condensador de flujo(La carretilla roja, 2015), Los Wachos (Editorial Conejos,
2015), Fractura expuesta(Interzona, 2015), La vida real(Viajero Insomne, 2015),
Suena el afilador de cuchillos (Nulú Bonsai, 2016), 2 Poemas (Ediciones Arroyo,
2016), Working class hero (El ojo del mármol, 2016), Rejas (La carretilla roja,
2016) y Violencia doméstica (Santos locos, 2016).
Participó de las
antologías: Esto pasa. Poesía en Buenos Aires (Llanto del mudo, 2015), Nunca
seré poesía. Obra poética de Ricky Espinosa (Milena Caserola, 2015), Una remera
rockera (ArteZeta, 2016) y Pobre diablo (Pelos de punta, 2016)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario