Una epístola para Walt Whitman
Querido
Walt, te escribo para contarte
cómo
tu barba ha inspirado a mi generación
más
que tu poesía.
Estamos
en el 2013 y estoy aquí en mi cuarto
observando
una foto que tomaron en 1979
cuando
yo tenía un año y mi papá tenía treinta y uno
y
donde este me carga detrás de un retrato tuyo.
Mi
papá tiene una barba rala.
Y
tú tienes tu poderosa barba whitmaniana,
y
ahora que el tiempo ha pasado
comprendo
que era una premonición
de
que yo también acabaría con barba.
Me
la dejé crecer hace unos años.
No
fue nada planificado.
Fue
creciendo así como una hiedra
que
crece misteriosamente en el patio.
Y
creció en mi cara y fue bien recibida
en
una época en que quienes se dejaban la barba
eran
talibanes o terroristas.
Pero
yo la dejé que siguiera creciendo
y
entonces cada vez más aparecían barbudos
y
llegaron los hipsters con sus bigotes y sus barbas
las
cosas inmediatamente cambiaron
y
los barbudos se pusieron de moda
como
en el medio oriente
y
a nadie más le volvieron a vocear terrorista
por
tener la barba larga
ya
que ahora con una barba lucías cool
y
hasta los policías y las mujeres se las dejaban
y
en los aeropuertos no volvieron a verme raro
y
en migración me dejaban pasar
sin
cuestionarme de más
y
sin llamarme Osama.
Ahora
de cada dos hombres hay uno con barba
y
cada vez que veo un barbudo
con
una mujer hermosa de la mano
siento
que el mundo va por buen camino
y
sé que este asunto de la barba
ha
molestado a los lampiños
que
no saben qué hacer
y
están los bigotudos
que
no se quieren quedar atrás
y
que han empezado
a
dejarse crecer la barba
y
juran que siempre han sido barbudos
como
si uno no se diera cuenta.
Y
los he visto paseando en bicicletas,
en
picnics tomando té y galletas,
paseando
perros y jugando con gatos.
Los
he visto temprano en las mañanas
de
pie en sus baños
aceitando
y peinando sus barbas.
Querido
Walt, he visto el puente de Brooklyn al atardecer
lleno
de niños con barbas largas como la tuya.
Y
a veces pienso que fue a ellos
a
quienes te dirigiste cuando escribiste
los
versos de «Cruzando en el ferry de Brooklyn»
y
que quizás esa vez tuviste una visión profética
y
alcanzaste a verlos a todos ahí arriba
con
sus barbas paseándose en el puente de
Brooklyn
que
por cierto también era parte de la visión
ya
que en esos días el puente tampoco existía.
Lunes de softball
Qué
tristes eran aquellos cajeros bancarios
que
venían todos los lunes en la noche
a
jugar softball a mi barrio.
Los
recuerdo parados en el play
con
sus guantes y sus gorras y ansiosos
de
que todo acabara para irse sudados
y
con sus uniformes sucios a beber al colmado.
A
veces había público en las gradas
pero
generalmente estaban vacías
y
yo era el único que seguía el juego
sentado
en la pizarra de anotaciones.
Me
pagaban por colocar las hojas
con
los números pintados de blanco
en
la pizarra negra.
Cada
vez que terminaba un inning
o
hacían una carrera yo cambiaba la que estaba
y
colocaba una nueva.
En
una ocasión hice trampa
y
le puse dos carreras de más
al
equipo que perdía.
Nadie
se dio cuenta.
Los
que ganaron celebraron.
Los
que perdieron pagaron la cerveza.
Y
sentado ahí en la pizarra de anotaciones
los
miraba con sus guantes y sus gorras
y
con el nombre de su banco reluciendo
en
la espalda del uniforme
y
me preguntaba si algunos de ellos
se
había equivocado a propósito alguna vez
y
le había devuelto dinero de más a un cliente
pero
entonces acababa el inning y yo colocaba otra hoja
y
dejaba de pensar idioteces.
En la
Biblia no aparece nadie fumando
Pero qué tal si Dios o los que escribieron la Biblia
se olvidaron de agregar los cigarros
y en realidad todas esas figuras bíblicas
se pasaban el día entero fumando
al igual que en los cincuenta en que se podía fumar
en los aviones y
hasta en la televisión
y yo imagino a
todos esos gloriosos judíos
llevándose sus cigarrillos a los labios
y expulsando el humo por las narices
en lo que aguardan
por sus visiones o porque Dios les hable,
e imagino a David tocando el harpa
en un templo lleno de humo,
a Abraham fumando cigarro tras cigarro
antes de decidirse a matar a Isaac,
a María fumando antes de darle a José
la noticia de que está embarazada,
e incluso imagino a Jesús sacando un cigarro
de detrás de la oreja y fumando
para relajarse antes de dirigirse a las multitudes
reunidas en torno suyo.
Yo no soy un fumador.
Pero a veces me vienen ganas y fumo
como en este instante
en que miro la lluvia
caer tras la ventana
y me siento como Noé cuando esperaba
que pasara el diluvio y se la pasaba
de arriba a abajo por toda el arca
buscando donde había puesto
esa maldita cajetilla.
Los
evangélicos te quieren quitar a tu novia
No me lo estoy inventando.
Los he visto mirar a tu novia en las plazas,
en los supermercados,
en los parques desde donde gritan con megáfonos.
En las aceras de las calles.
Los he visto entregarle papelitos
y volantes donde anuncian el fin del mundo.
Con un ojo miran la Biblia y con el otro su culo.
No te dejes engañar.
Préstales atención a todos esos papelitos que pasan.
Cada vez que le pasan uno a tu novia
es como si le dijeran un piropo.
Los he visto mirar a tu novia en las plazas,
en los supermercados,
en los parques desde donde gritan con megáfonos.
En las aceras de las calles.
Los he visto entregarle papelitos
y volantes donde anuncian el fin del mundo.
Con un ojo miran la Biblia y con el otro su culo.
No te dejes engañar.
Préstales atención a todos esos papelitos que pasan.
Cada vez que le pasan uno a tu novia
es como si le dijeran un piropo.
Frank
Báez es un poeta dominicano. Su último libro es La Trilogía de los festivales.
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