de Ahora (Ediciones Del Dock, 2016)
El dique
En
las últimas vacaciones Papá
construyó
un dique en el río.
Le
llevó toda la mañana.
Cuando
terminó, el sol
había
bronceado su espalda.
El
agua nos llegaba a los tobillos
nos
metíamos en zapatillas
para
que los pies no dolieran.
En
ese mismo río esparcimos
sus
cenizas pocos años después.
Mamá
llevó flores y una botella de vino.
No
había nadie ese día
solo
un hombre acostado en la arena
que
al ver la botella gritó de satisfacción.
A
Papá le hubiera gustado, pensé
y
entrando al agua rompí el dique.
Creer para ver
I
El
primer día el cielo se oscureció
empezó
a llover un agua tibia.
No enciendas la luz, dijiste
para qué si ya vimos todo.
Había
amigos en la casa, los tomé de un trago.
Madres
creadoras:
nunca
imaginé tal ostentación de carne.
No
fue difícil trepar a tu espalda
Lo
difícil fue estar a la altura, no retroceder.
Siempre creer, decías, pero perdiste la
fe.
II
Cuerpo
mío
aprendiste
del mar a caer y levantarte
fuiste
llenado y vaciado por y para ellos
para
hacerlos más hombres cada vez
con
la insistencia del mar te ofreciste
te
fustigaron en tus avatares
en
cada fase de la luna y sus ciclos
cuerpo
mío, te hicieron hablar
tus
secretos parieron locos nuevos
no
es sin riesgos la escucha.
Ante
un cuerpo de hombre sólo siento gratitud.
El negro del mar
Una
madrugada fui a la playa
me
saqué la ropa y me metí al agua
empecé
a nadar y nadar.
Me
debo haber adormecido
no
sé cuánto tiempo pasó.
Cuando
reaccioné estaba muy lejos de la orilla
me
había envuelto una corriente
sentía
oleadas de agua más fría, más caliente.
Nunca
le conté a nadie esto, no me creerían.
Comencé
a percibir manchas negras
más
negras que el negro del mar
se
movían lento, venían hacia mí.
Era
un grupo de ballenas jorobadas
en
viaje migratorio hacia el sur.
Sentí
terror y supe que iba a morir.
Imaginé
que una abría la boca y me succionaba
en
una muerte lenta como en los cuentos infantiles.
A
su paso el mar se inflaba y me elevaba
al
bajar, se hacía un hueco en mi estómago.
Paralizado,
sin poder decidir, empecé a llorar.
La
ballena es mi mamífero preferido.
De
chico soñaba que me agarraba de su cola
y paseábamos
y conocíamos mundos nuevos.
Pero
entre bufidos y cantos extraños
pasaron
a mi lado como si yo no estuviera ahí.
Se
fueron alejando y el agua quedó en calma.
Cuando
pienso que estuve entre ellas
siento
que nunca viví algo más terrorífico.
Así
son los sueños, llegan en forma inesperada.
Nunca
le conté a nadie esto, no lo creerían
pero
vos sí, ¿no?
La cura
En amor solo pienso si no
estoy trabajando, dice.
Bajo el mosquitero de una cama en Tánger
sigo con la vista la ruta de las arañas.
Damos un paseo por los médanos.
El camello suaviza sus pasos.
Oímos tambores a lo lejos.
A veces las mujeres tienen que
ser nuestras madres
dice, y nosotros sus padres.
Trato de olvidar a los tripulantes muertos
los crímenes del mar se juzgan en el mar.
Su madre eligió a la esposa. La esposa no sabe leer.
Es mejor así. Sin problemas, sin discusiones.
No me gusta estar en la casa, dice.
No me gusta hablar. Solo comer
y dormir.
Quiero fumar con mis amigos y
tirarme al sol.
No pensar que los días pasan
muy rápido
y que la muerte se acerca.
Quiero fumar y no pensar.
Bebemos té de menta y me convida kif.
Afuera las cabras bailan entre olivares.
El viento cambia la arena de lugar.
Mientras el agua borbotea en el narguile
pienso en mis compañeros en el mar.
Nunca oí el rumor del mar.
Quiero dormir y que el sueño
me cure, dice.
Pero yo sé que no hay cura posible.
Bajo el mosquitero iluminado por la luna
me adormece el sueño, me dejo llevar.
Chúcaro
Al potro chúcaro lo acollaran al viejo
siempre hay un caballo templado
al que nada ni nadie asusta
se les pone un palo sobre la cruz
y se les anuda el cogote con tientos
al principio patea muerde llora vomita
pero después tiene que seguirle el paso al otro:
beberá cuando el otro tenga sed
comerá cuando agache la cabeza.
Pero de a poco se va aquietando
el manso aploma al rebelde.
La mitad de la carne que se vende
bajo el paralelo 42 es de caballo
dulce y negra va a parar al pobrerío.
El indio domaba de pico
con susurro y traguito de caña
caricia en cuello paleta verija
a los acollarados les cuesta
ponerse hocico con hocico
llevarse los vasos hacia el lomo.
Así fueron todas mis relaciones:
dos ariscos, dos chúcaros
no hubo quien aplome ni quien se dejara amansar.
La lección es clara y al final
esta carne dulce y negra irá a parar al
pobrerío.
Griselda
García (Buenos Aires, 1979) es escritora y editora. Publicó los siguientes
libros: Alucinaciones en la alfalfa (2000), El arte de caer
(2001), La ruta de las arañas (2005), El ojo del que mira (2009),
Hallucinations in the Alfalfa and other poems (traductor: Hugh Hazelton,
Wolsak y Wynn, Canadá, 2010) La madre del universo, (relatos,
2012), Mi pequeño acto privado (Barnacle, 2015) y Ahora
(Ediciones Del Dock, 2016). Se desempeñó como editora en La carta de Oliver y
Ediciones Del Dock. Se dedica al dictado de talleres de escritura creativa y al
seguimiento de obras literarias en progreso.
Más
ResponderBorrarCada vez más somos menos poetas, cada vez y cada vez más. Cada vez menos, menos y menos cada vez más. Escribimos por la costumbre de ser por escrito lo que no podemos hacer por lo demás; y si nos viene esa gana de verso, lo hacemos con pecado y delito de licencia a la hora del poema, del ritmo y la rima del poema, de la metáfora del sí que tiene ese poema. La verdad se juega en lo escrito, y cada vez menos cada vez más. Porque al fin de cuentas el verso tiene su ciencia, su amor, su nostalgia, su tumba, su epitafio y su renacer. Siempre, su renacer. Por eso somos cada vez más poetas de lo cada vez menos. Menos de lo más para ser más.