Tarde de lluvia
Saco
los baldes para recoger
la
lluvia y su sonido.
El
intento de reparar los daños
de
los últimos meses
ajustando
la medida de las filtraciones
hasta
que la partitura sea
aquella
misma música
que
conocí en la infancia.
El
firme taconeo de las gotas
al
impactar sobre el plástico
y
ese trueno ocasional
que
irrumpe como el grito
inesperado
de los muertos
que
nombran otra vez las cosas
que
ya di por extraviadas
y
es necesario
volver
a escuchar.
Y
esto porque hay alivio en saber
que
todo lo que la lluvia toca
más
tarde o más temprano
se
evapora con el aire.
Todos los ojos de mi familia
están puestos sobre mi vida amorosa
Cuando
condimento la ensalada
papá
observa la fuerza
con
la que giro el pimentero
y
se aflige.
Pensará
que soy una de esas
mujeres
cuyos dedos necesitan quitarle valor a las cosas.
Pensará
que el desencanto
de
unas manos rudas solo quitan mi propio valor.
Cada
vez que le cuento
a
mi hermana de un nuevo moretón
que
me salió en el brazo
agacha
la cabeza.
Pensará
que soy una de esas
mujeres
cuya piel necesita dar opacidad a las cosas.
Pensará
que el propio
cuidado
del cuerpo es lo que podría darme más luz.
Si
me sirvo una copa de vino
un
martes a la noche y después
otra
copa más, entre ellos
hacen
muecas.
Pensarán
que soy una de esas
mujeres
cuya sed necesita teñir de rojo las cosas.
Pensarán
que esa no es manera
de
pedirle al corazón que mantenga su entereza.
Pedir la muerte
Cómo
hablar de las veces que recé y pedí
que
mamá muriera. La tarde
que
se desvaneció en el baño
y
con papá la recostamos
en
la cama
con
la colostomía abierta
y
el líquido oscuro
de
su abdomen chorreando
por
la piel. Los nervios
de
los tres tensados
por
el estupor y la falta
de
orientación.
O cuando
la sangre bullía
por
dentro, mamá arañaba
las
sábanas entre espasmos. Nosotras
maniobrando
con qué aplomo
la
jeringa de morfina
regresándola
al
amparo temporal del sueño.
Esos
días corrían
como
una hemorragia incontenible.
Mentiría
si dijera que no tenía ganas de llorar.
Mentiría
si dijera que no lloraba.
Su
cuarto era un templo, un perfume
de
otro mundo inundaba el aire
de
un relente veraniego.
Hasta
era dulce, casi.
Sentados
en círculo a su alrededor
apenas
si atinábamos
a
despejarle el pelo, acariciarla.
Musitábamos
algo parecido
a
confesiones de despedida,
cuando
mamá cantó con una voz heroica
su
propio rezo. Así fue.
No tengo un corazón tranquilo
No
tengo un corazón tranquilo
claquete
clac, retumba
todo
el tiempo, todo el tiempo.
Los
vecinos no pueden dormir
y
me gritan desde sus ventanas:
intentá llenarlo con tierra, nena,
o con gres; que algo fértil cubra
las cosas que andan sueltas.
No, dice otro. Probá con plomo.
Podés sostener a cualquiera
con un corazón de plomo.
Basta, responde mamá.
Su
oído presionado contra mi pecho,
contando
el pulso como una contracción.
Llenalo con agua salada, para que sólo
aquellos que sepan nadar puedan
quedarse.
Despego
su cabeza de mi cuerpo
y
como nunca hice mientras vivía
le
hago caso.
Hábitat
Por
la noche,
en
algún lugar del jardín
pequeñas
vidas zumban y zumban.
Las
mandarinas caen, estallan
y
exponen su interior maduro
de
semillas agrias y aroma dulce.
La
humedad se adhiere a las hojas,
una
lluvia pesada pulveriza la tierra,
induce
a las plantas a brotar
entre
las grietas de las paredes rotas.
El
vapor envuelve la existencia
hasta
en sus rincones más oscuros.
Oculta
de la urbanidad,
en
algún lugar secreto y cálido,
otra
vida crece indescriptible.
Como
una ciudad pero a la inversa.
A eso me refiero
A Lau Wittner
Te
sorprende la altura
que
va alcanzando tu hijo
a
una velocidad de autopista
el
sigilo con el que tu niña
maniobra
su mundo dentro del mundo.
Todavía
es pronto para hablar de esto
pero
ya podés ver cómo las cosas
van
tomando posición al lado tuyo.
No
estás del todo desprotegida.
Ahí
donde implosiona tu grito
en
ese balcón de tempestades
se
oxigena la quietud
de
las situaciones mínimas:
el
nido de una paloma, una ventisca
esa
nebulosa que ya no está
al
cerrar y abrir los ojos.
Si
bien es cierto que el piso puede ceder
en
cualquier momento del día
también
es natural que se acomode
lo
que en verdad importa.
Por
tu mesa circulan las palabras más lindas
ellas
dan forma a una fuerza invisible
de
protección; a eso me refiero.
Suficientemente hermoso
Mientras
caminábamos por esa cuadra
bordeada
de casitas blancas
hechas
de piedra,
apiladas
como fotos viejas
pegadas
una junto a la otra en un álbum,
nos
preguntábamos qué era lo que las mantenía unidas.
Qué
era lo que nos mantenía unidos,
en
el medio de la noche,
cuando
nos acostamos uno al lado del otro
como
piedras,
como
fotos viejas.
Cuando
bajamos en puntitas de pie
por
esa cuadra empinada,
nos
olvidamos de mirar hacia la luna porque las casas,
bajo
los postes de luz,
eran
lo suficientemente lindas.
Mientras
inhalabas y exhalabas en tu sueño eterno,
me
quedé despierta
y
construí una casa temporal
en
tus brazos.
La
ventana del cuarto daba
a
los pinos brillantes del bosque,
pero
olvidé mirar hacia allá;
vos
eras lo suficientemente hermoso.
María Folatelli. Me dicen Maru. Nací el 7 de mayo de 1988. Soy lectora apasionada y dependiente emocional de la buena música. Escribo cuando puedo y como puedo. Hace varios años asisto al taller de poesía con Laura Wittner (único taller que pude sostener a lo largo del tiempo y al que le debo mucho de mi escritura y de tantas ventanas que se fueron abriendo y me hacen muy feliz). Tengo un librito bajo el titulo provisorio de “Tembladeral” que algún día, ojalá, va a ser publicado.