(Foto: Viviana Porras)
EL
DESPLAZAMIENTO CIRCUNSTANCIAL
Es difícil saber por qué estamos aquí.
El viaje al campo y sus consecuencias.
Ayer en el tren pensé en la palabra tempestad
mientras el sol naranja iluminaba las ventanas
y las sombras consecutivas de los árboles
hipnotizaban una parte áspera de nuestra mente.
El hombre gris en el mostrador del hotel
recorrió la lista de precios con una lupa.
Sábanas color crema, el llavero con el 17,
la televisión antigua y la ducha estrecha.
Al día siguiente, una balada en la radio
de la mujer que limpiaba las habitaciones.
El periódico, café solo y medialunas.
En la plaza del pueblo, los perros municipales
descansaban en las terrazas de los restaurantes
junto a los manteles blancos, las sombrillas
y los zapatos deportivos de los turistas.
Por la tarde, recorrimos calles angostas al azar.
El consuelo del peregrino que se entrega a la vista
de techos refulgentes, jardines selváticos
y muros despintados. Una cuesta hacia el santuario.
También entramos en las aulas vacías de una escuela:
los pupitres de madera y una fórmula en el pizarrón
me hicieron recordar los vínculos confusos
que intentamos sostener con fe redentora
en sitios donde la civilización se desintegra,
como ese barco oxidado en el canal del astillero
o las estaciones vacías donde ya no para el tren.
Después fuimos a la barranca del río:
las siluetas de los adolescentes
con sus bicicletas, litros de cerveza y cigarros.
El agua quieta y la luz plateada en el cielo.
Los colores pastel y el viento de otoño.
El aburrimiento y la predestinación.
Hoy por la mañana,
la extrañeza se extendió
con la neblina del puerto.
Por ejemplo,
la fachada del
Instituto Argentino de Siderurgia,
la puerta
robusta y metálica que se abre
y nosotros que
salimos hacia la mañana fría
del barrio
Somisa en San Nicolás
dispuestos a
recorrer un campo de golf,
sembrado de
torres de alta tensión
que se
reflejaban en un arroyo sintético,
para llegar
hasta las inmediaciones
de una fábrica
con chimeneas humeantes
y mezclarnos por
un rato, solo por un rato,
entre la masa de
obreros, con sus chaquetas azules,
que subían y
bajaban de los buses Litoral.
LA SONDA ESPACIAL
VOYAGER 1 LLEGA A LOS CONFINES DEL SISTEMA SOLAR
Comienzos de
julio. Tarde soleada de invierno.
La sonda Voyager
1 llegó al lindero
del sistema
solar. Es lo más lejos que ha viajado
un artefacto
hecho en la Tierra.
En las fotos
parece un bicho metálico
que desciende
hacia el fondo del mar.
La nave fue
enviada al espacio hace 36 años
y se encuentra a
18.000 millones de km del sol,
y sigue
alejándose. Es lo que leí hace un rato.
Ahora camino por
la calle Llerena en Villa Urquiza
y salgo de mi
ensimismamiento galáctico.
Todo está en
calma.
Es un barrio de
edificios bajos.
Circula el olor
de las panaderías
y el rumor
radiofónico de los talleres.
Los perros se
asoman en las azoteas,
entre plantas y
ropa tendida.
Los niños
todavía están en la escuela,
adormecidos con
la voz de los maestros.
Me dirijo hacia
el jardín botánico
de la Facultad
de Agronomía.
Abro la reja y
entro. Ahí está el sol,
filtrado entre
las cañas de bambú,
reflejándose en
el agua estancada.
Una enredadera
de flores amarillas
cubre el techo
del invernadero.
Aquí hay un
orden: carteles con el nombre
de plantas
autóctonas y hortalizas alineadas.
Y aquí es donde
los estudiantes
de Botánica
Agrícola hacen sus prácticas:
observan fases
de crecimiento y maduración,
examinan tallos
y recogen muestras del suelo.
Ahora solo
quedan dos jardineros
que caminan
entre los senderos
con rastrillos,
palas y regaderas.
Permanezco
sentado en una banca
hasta que la luz
se debilita, los árboles
se oscurecen y
el aire se enfría.
Los hombres
lavan sus herramientas en silencio.
Los insectos
nocturnos tratan de hacerse oír.
Voyager 1 está
cada vez más lejos,
llevándose los
sonidos de la Tierra
grabados en un
disco de oro.
Por más
fotografías y apuntes que tome,
hay una
experiencia en todo esto
que no sé
precisar, que no puedo retener.
Un pájaro se
acicala en la pila,
una gata está
agazapada detrás de los matorrales.
VIAJES DE NEGOCIOS POR LA PROVINCIA
Semanas después,
nos encontramos
en la terraza de
una casa rodeada
por edificios de
apartamentos.
La luz roja de
una antena deformaba
una constelación
cuyo nombre desconozco.
Una muchacha
salió a fumar al balcón
y nos observaba
desde las alturas
mientras sus
pensamientos se volvían ceniza.
También son
palabras los platos sobre la mesa
con carozos,
escarbadientes, huesos y servilletas.
La forma
irregular de las copas de los árboles.
y la forma
cilíndrica de los tanques de agua.
Ese momento de
la noche, un poco irreal y vaporosa,
en que uno tiene
los ojos acuosos, las brasas están
apagándose y hay
que rendir el último vaso de tinto.
Dos amigos
hablan de aquella época
en que de niños
acompañaban a sus padres
durante viajes
de negocios por la provincia.
Uno viajaba para
negociar con los proveedores
de su comercio
de repuestos mecánicos.
El otro para
vender maquinaria agrícola.
Mis amigos
recuerdan los tiempos muertos de espera,
mientras sus
padres cerraban un trato con un cliente.
Mariano dice que
siempre se quedaba dentro
de la camioneta
y le gustaba observar desde ahí
el paisaje o lo
que estuviera pasando enfrente.
Franco dice que
siempre llevaba su rifle de aire comprimido
y su padre les
pedía permiso a los clientes
para que lo
dejaran cazar cotorras en sus campos.
Debe haber una
enseñanza en todo esto. Algo
sobre visiones
de mundo, algún misterio cifrado
de la infancia o
la soledad filial en los viajes de carretera.
Pero no hace
falta decir nada y además no quiero
interrumpir su
entusiasmo cuando hablan
de las
características del rifle Mahely Senior,
también conocido
como Reno, el clásico
que todo
muchacho del interior tuvo alguna vez.
(Poemas publicados en El
desplazamiento circunstancial, Editorial Arlekín, San José, Costa Rica, 2016)
Jeymer Gamboa nació en Santa Cruz de
León Cortés (zona de Los Santos), al sur de San José, capital de Costa Rica.
Actualmente reside en el barrio de Villa Crespo en Buenos Aires, Argentina. Ha
publicado los libros de poesía Días
Ordinarios (2011, ed. Pre-textos), Nuestra
película de las vacaciones (2014, ed. Liliputienses), El desplazamiento circunstancial (2015, ed. Arlekín), Un
proyecto de futuro (2016, ed. Neutrinos) y la plaqueta La insistencia de la luz (2015, ed. Neutrinos). Ha sido incluido en
las antologías Una temporada en el
Centro. Panorama actual de la poesía en Costa Rica (2013, ed. Amargord), 1.000 millones. Poesía en lengua española
del siglo XXI (2014, ed. Municipal
de Rosario) y 9 poetas que le temen a los
payasos (ed. Mamacita, 2015).
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