lunes, 30 de julio de 2018

Emanuel Frey Chinelli








Meridiano


Hacer del paso un hacerse. Afluentes que toman fotografías en el ahora de alguienes idos al quién sabe qué del destino. O sino, según traducciones empáticas desviantes de la energía melancólica para una infancia estanterizada como quinielas de empresas hundidas. Como agónicos goles clasificatorios noticiados en el mundo entero. Como plazos de deuda externa. Como dibujos del reino vegetal y minerales expropiables. Como himnos nacionales, hacer el canto un cantarse. Ser la flauta que vibra. Hueco el cuerpo, la música. Las gracias. Las clases, los actos en los fogones con amigos que se renuevan en los años venideros. Como los soplamocos no dados en la amenaza de hacer mejores frutos. Frutas de vientre humano. Por las ganas de llorar cuando la cancha les toma lista. Mirando y gritando posiciones. Y olores de cuerpos que perduran en las cuatro paredes de hogares que no son tales. Sin conexión a internet. Sin beneficios de pertenencia. Con sutiles melodías en la frecuencia audible. En el primer rayo naranja de sol reflejado en la pared. Justo encima de ningún trofeo de natación. En el mismo pueblo natal. Suficiente. Listo para dormir pero no en el espíritu del café de la primera luna llena vista. Y no querer volver a ninguna patria. Inentendibles moscas de sandía. Inexplicables jugos de tetrabrick para universitarios abandónicos recalcitrantes. Con un poco de suerte, con la casa vacía como envases de la no fiesta que acaba de apagarse. La avenida más grande de Latinoamérica tan cerca como las casitas de colores de una infancia insoñable. Estirándole los brazos a un abrazo nonato. En el réquiem de un momento. Y palmas, ritmo que late en deseos de partos sin llantos, de vocaciones inscritas en la frente, sol en el sol, padres superables y fortunas heredables como casas de campo que giran con el sol. Como el hambre de vida que llegó al irse la escuela. Como deseos olvidados para estrellas que descienden a campos de fútbol en una oportunidad que es agua entre dedos que tocan fondo. Que tocan epitafios en los que se entiende cada letra. Y ropa que da pena. Y leyendas que alzan el vuelo en el vientre de las alas marchitas. Y todos los días siguientes, laborables.





Mientras ancianos ven alejarse la esperanza como buenos días pasados


Qué linda queda la ropa, ahí va, viaja en la calle en aromas: la libertad alienante es la única posible en este catálogo de chistes llanos. No entra una mirada asesina por el ojo de esta cerradura, mas sí un disparo puntual. Por eso dejo la llave puesta en la ranura especiada. En la llanura de los votos equivocantes la queja se hace pira y deme todo esto de medicamentos, señor, pero no le alcanza, señora, es que tengo que alimentarme, señor, por favor vayasé. Y las vallas, las piedras y las balas tan pero tan cerca del perfume y el protocolo. Pasan vestidos de sábado los días, y nada parece alternar la restricción que, como el agua del río, ahoga a quien no hace pie y es perseguido. No hay testigos pero esto ya pasó y culpables somos todos, pero preso vas a ir vos. Hoy no, dice xadre a hije y mañana tampoco, pienso yo, y el lenguaje es libre y vos no. Hace años que no voy a la playa con clientes de Papá Noel a cuestas en el origen del año que sin ellos no pasaría jamás, y sonrío al pensar en el tiempo que le gano al centavo de dólar lamiéndome la pena como un felino su lomo. Amenazan con despidos en el área pero quieren que todos encontremos nuestro lugar para ser felices (vida es goce y nada más), suben los impuestos para cuidarnos (se hace en todos los países del mundo), bajan los sueldos y suben los precios (pero esto no se reflejará en el poder adquisitivo), crece el desempleo (¿a quién le importan estos deshechos de cuerpo?), qué lindo, qué bueno. La vida está bien si no te rendís.






Como película copiada de videoclub


Puesto en marcha una vez más el lenguado, hado de sinos que sino son se arrugan en la ruina de lo sible, se dice lo que no se sabe, se sabe sólo que se ignora, se cree que es distinto lo que es, se actúa en consecuencia, se apilan las secuencias en el expediente secretamente público, se pule la mente como nácar, como película copiada de videoclub, se alquilan los conceptos, se paga una multa por el de más, se señala con el dedo de señalar. Se apuntalan los apuntes copiables, la foto circula, se cierra la persiana y se abre al otro día, se publica la historia, se imprimen verdades en pegatinas, se apartan de cargos personas, se desvinculan hermanos de sangre y también de los otros. Una vez que cunde el pánico, que el terremoto asiste al ya, una vez que se reparten los papeles, todo dicho ya está… o eso parece. Y nada es realmente lo que parece, ni siquiera lo que pare: nada es su reflejo, pero sí el antónimo de este. 





Una incomunicación preocupante por parte del que manda


En la paranoia armamentística del núcleo estallante para la justificación de las ventas del bien más deseado: la máquina de hacerle agujeros al impedimento de ser dueño de aquello que no es de nadie. La tropa avanza y caen los que dan los primeros pasos: será una bala, un sablazo, cuestión de tiempo el primer golpe de nucas sobre el campo de batalla. Crece la comida a un costado de la carencia, semilla cada diente caído en la usina de las vanalidades. Hay un sorbete para la sangre del mecanismo que se vacía, se licua y vuelve a llenarse cada mañana, kilómetros después de la esperanza, pronósticos extendidos en las pantallas. Y hay quien sorbe la que mueve cuerpos de un sutil y abstracto modo casi imperceptible para el oído del perro y para el ojo humano. Baja la venta y sube la venta y el poder ya no es adquisitivo sino un pulgar que aplasta habitantes como mosquitas de baño húmedo. Y hay quienes usan la voz para justificar a los asesinos y sonríen en la calle a la que salen sólo cuando la prensa los invita.





La miseria que lloran quienes jamás pasaron hambre


Un invierno patrio nacido en el diciembre sudamericano austral para que todas las voces se den cita en el canal estatal y en los demás voceros (privantes) del ya y para que cada pobre sea un poco menos humano. Y para que cada negocio jugoso chorree sangre joven, débil, nueva en la llanura de los chistes de mal gusto que prende fuego una vida cada menos horas que las que entran en un día mientras lloran miseria quienes jamás pasaron hambre y los conceptos álgidos que decoran diccionarios se sientan en la mesa del azar a burlarse de nuestros cadáveres. ¿Hay un Pepe Grillo marca Disney en cada corazón occidental dictando las bondades a realizar para ser derecho y humano? Hay hambre en el granero del mundo, vidas marchitándose en el jardín florido, muertos y muertas de frío en la docta, amantes acribillados a odio en el mar de plata, mientras en el resto del todo se arrastra el mismo sino rancio. Todo lo que nace rinde cuentas al ya que es Dios increado en cada rezo lleno de fe y en cada iglesia edificada sobre la roca llamada “ahora” y en cada bautismo fotografiado como si los acontecimientos pútridos de cada yo fueran cimiento de algo que dure eternamente. Y la creencia que se expande en el yeite siome de no saberse, de no entender el estar siendo mientras todo se marcha hacia negros agujeros estudiados por un alguien que, de haber nacido en estas playas, nadie atendería.





Campos de mandrágora donde corríamos


Virtuados biteables en la condena opinóloga del quién sabe qué que es el ya, apantallados los vientos y las voces que van y van (¿van?) y parecen surgir de una fuente que no es más que ausencia, un reclamo por la nada misma que se expande como una plaga que sólo acepta nutrirse de otras plagas y al reproducirse fruta pavadas. Y la página musical que suena y se comparte ojo a ojo y es burla programada para reírse de la mano que tiembla en el frío fatuo, en la quilla de este barco que avanza hacia su hundirse, en la tráquea operable de todo lo sible de oírse, en el hipotálamo que se emparrala vientre dentro de los hombres que piden pico y pala para otros y guardan en sus bolsillos vacíos de paciencia y llenos de miseria, sus manos. Purga por sexo en Chechenia, filas por comida en Argentina, muertes en la calle en Venezuela y en cualquiera de las otras patrias, siempre el deceso lo ponen los mismos, mientras cada vida su ombligo se mira y teme y ama y odia y al otro día lo de hoy se lo olvida. Ninguna boca brotó lo breve que capta, lo nimio que ilumina, el diente que la boca alimenta y enciende la zarza que no cede, la que no se aplaca. Todo lo incierto por venir ayer renovó contrato y no hubo ovaciones ni vítores para ninguno de los presentes. Hoy los campos se vacían de fruto, se inundan de desgracia, emigran los nativos, y reparten regalos en la ciudad de la injuria aquellos que de tan acostumbrados ya ni saben qué cosa es la costumbre. Curtiembres para abrigar la sinestesia que nariz mediante regurgita en estómagos comparables a bolsas rotas ese jugo rancio que sale sin pedir permiso. Todo el peso de una vida sobre otra vida sobre muchas vidas que sorben la última gota de un alimento caduco desde el día de su envasado. Y los segundos miércoles de cada mes, a mitad de precio con la tarjeta indicada.

Estos textos pretencen a Guitarra y videojuegos, aún inédito


Emanuel Frey Chinelli (Quilmes, 16/6/1988). Publicó Juan (2009), La ecuación de los mediocres (2009), La sangre (2014), Los meses (2015) y Cuadernos de la rabia (2016). Dirige junto al poeta y traductor Pablo Arraigada el sello editorial A pasitos del fin de este mundo.