lunes, 7 de enero de 2019

María Eugenia López






El siberiano se ve que agarró a Caliel a través de las rejas, saltó y lo atrapó a través de los fierros, y yo supongo que se lo fue llevando apretado entre los dientes. ¿Habrá tenido conciencia el pequeño de que se le rompía dentro? Digo, ¿habrá sentido, habrá, en medio del desconcierto, de la sorpresa del pánico, habrá tenido conciencia de que lo estaban matando, de que no iba a zafarse, que se le quebraban las partes que lo mantenían vivo? Yo supongo, no sé, deseo que, cuando llegué corriendo, haya sentido mi presencia y calmado su miedo, haya aflojado sus músculos porque sintió mis brazos, y que no haya sido sólo porque se estaba muriendo.

(de Para una historia de los alimentos, Zindo&Gafuri, 2018)

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Los pies y las uñas de Jesús con sus dedos perfectitos. Esas uñas coloreadas. Pasa un dedo por el muro discontinuo de Tijuana. No es el muro de Tijuana. Pasa de acá para allá una uña para la pedicuría. Cristo, mi señor, qué son esas polleras. En la arena, al correr contra la reja, se te enredan las sandalias. El pie fecundo está rascándose a capela en el borde de la playa. A capela cruzan los albatros la frontera. Hay aves que se cagan de ambos lados. Unos tacos te vendrían bien, señor. Siendo el hijo menor, el bebé de papá, te vendrían bien unas carteras. La gula también es hambre y viajar en la cajuela, Jesús, eso es apostasía. Tres helicópteros como péndulos, Cristito, te señalaron el rosario entre los pliegues. El mar muerto de cada día. El coche parecía un estadio de béisbol. ¿Has pescado tus propios peces? Qué tristeza te daría. No cambiás el nombre y el estado de las cosas. Querías entrar por el arco en cebra pero metiste las uñitas por entre las rejas. Al comienzo te tragó el agua y al salir devolviste los coyuyos al océano. Lo primero que pasaste para ese lado del cuerpo fue la baba. Un disparo impreciso de saliva. Lo más peligroso que te ocurrió, hijito, fue que a la patrulla la chocaran. La amenaza, sangre de mi sangre, de la doble penetración con la lengua.

(de Carlinga, Club Hem, 2016)

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Qué dirías si te digo que me robaron el perro. Como si pudiera ser robado. Como si te fueras y al volver sólo quedaran sus cosas. Y al dar vueltas por el barrio lo ves atado a lo lejos, bajo el árbol de otra casa, y nadie te explica nada. Y el perro mira a la distancia.

(de Antepecho, inédito)

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Mary Ann Nichols

No tengas miedo por lo que vas a padecer.
Apocalipsis 2, 10

No quiere abandonar su puesto. Dejar a sus amigas en la noche. Una la peina otra la viste. Con una de ellas habla siempre susurrando. No quiere dejar su puesto abandonar no quiere. Si no vuelve en la mañana quién besará a su amiga.
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La niebla se va a abrir en un sendero hacia mis brazos. No toques el suelo, ni los charcos, ni las plantas. No mires el cielo. Vení.
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Las luces de las velas iluminan cada gota de una lluvia que no cae, que flota, que se eleva. Ellas se respiran toda el agua.
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Soy un sujeto dividido. Un conjunto de partes de algo grande. La mano se mueve como un río. Es más una caricia que rompientes. Pero igual carcome. Igual empuja. Vení.
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La saliva cambia de sabor con el orgasmo y se apropia las esencias de las pieles. Sus cuerpos vaporizan lo volátil. Son de la familia de labiadas, umbilíferas, rutáceas.
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Mi río arrastra lento por debajo y con rapidez arriba. Mi mano carga miles de pedazos que se mueven hacia el mismo lado. Que rompen las mismas cosas. Vení.
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Detrás de las esquinas, en los baños, debajo de las mesas. Todas las lenguas se entienden en la cama. Todos los labios unen.
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Mis ojos son como llama de fuego. Mi furia es grande. Mi cara brilla como el sol cuando se está poniendo. Vení.
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Ella se arrima el arma al cuerpo posa el cuerpo en el cuchillo. La luz roja ilumina sus pechos. Le llena el abdomen. Como cuando el vino se vuelca en un recipiente redondo y suave.
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Hay una laceración leve en la lengua. No marcas de manos en el cuello. Hay leves huellas de lenguas en el cuello, heridas en las manos. Hay definitivamente algo en la lengua.
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No hay marcas en el cuerpo, en el pecho o en la ropa. No hay manchas no hay huellas en el cuerpo. La sangre sólo va por dentro y cuando sale es limpia.
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En el Little Ilford hay una placa, pero ninguna cruz rosa. No hay cruces para los suicidas.


(de Arena, Limón Partido, 2009; Malisia, 2018)



María Eugenia López (La Plata, 1977). Publiqué Bonkei (La Plata, 2004; Sâo Paulo, 2014), Sybille Schmitz (plaquette, Santiago de Chile, 2007), Arena (México, 2009; La Plata, 2018), Jirones de París (Barcelona, 2014), Carlinga (La Plata, 2016), Para una historia de los alimentos (Buenos Aires, 2018) y en diversas antologías, revistas y sitios web.

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