jueves, 1 de noviembre de 2018

Pablo Gungolo







0291 – 47815

suena el teléfono en casa
de mi infancia, hilvana
silencio y tono al pasear.

el elefante con el billete enroscado
de su trompa diezmil australes unos angelitos
con ribetes dorados, las fotografías
sobre el aparador los ácaros del polvo doméstico
la mesa y el mantel con motivos frutales.

la voz de mi padre tantas veces
confundida con la mía dice: usted
se ha comunicado con la familia 0291-47815
en este momento no podemos atenderte
deje su mensaje después de la señal.

la cinta congela la voz muerta
a medida que avanza mi otra voz
que no alcanza al niño sobre los hombros
de un extraño aplaudido en una playa
del sur de buenos aires   
y cuelga.




electricidad

el amanecer es un balcón
con budines y jugo de naranjas 
sentada en pijama
llena de buenos deseos
la boca de ella 
muerde una tostada
con queso crema
y dulce de frutilla.  
ríe a carcajadas
ahí el amor se cumple
crea nostalgia, sucede
estalla: quiero ser buena persona
diáfano, etéreo para siempre 
viajar de su mano
no importa si es
a un supermercado o a la peluquería
en esa molécula de tiempo 
va la existencia
más inocente.




serás feliz

debajo de una sombrilla, los pies juegan
con la arena seca. una fruta tropical
en la mano, y a través de unas gafas negras
el mar traga la tierra confinando playa:
linda postal de verano. debo
pensarme feliz, para llegar a esta costa
debo ser feliz: la chica de al lado es feliz 
boca abajo toma sol y cada tanto
se para, entra al mar y sale a seguir dorando
su piel; el chico de gorra verde y su perro 
que lanzado el frisbee, corre a atraparlo 
la señora de malla entera que junta caracoles
en un baldecito y el señor del tejo
tomando un mate, son felices; en fin:
el sol la sombrilla la arena el horizonte la fruta tropical
el mar y su versatilidad, ante mis ojos. si ahora
soy fotografiado, quién diría que en la imagen
hay un mínimo de desgracia; mi mujer me ama y está feliz
de estar aquí, en el paraíso, como me dijo esta mañana
cuando frente al espejo miraba al cuarto del hotel, a mi cuerpo
en traje de baño, y tarareaba en portugués. sí, ahora
soy fotografiado, así desvestido, debo al menos sonreír 
simular una pose o hacer una mueca. 
por el horizonte, un crucero:
habrá alguien a bordo con ganas de llorar
disfrazado a la fuerza y tomado
por la cintura en un trencito
en medio de un carnaval carioca?

bordeo la costa con piel de gallina
disfrutando las sobras, como aprendí. 




lapso

vacío el departamento devuelve
la imagen ya vista aunque olvidada 
el periodo llamado alquilar
iniciaba: mis cosas y las tuyas 
un incipiente nosotros a llenar
de otra vida y así pasan los años
ahora, nuestras cosas todas en cajas
esperan abajo dentro de un flete 
es el momento de la última mirada     
sin sentido al solo efecto de desconocer
la locación: su verdadera identidad
paradojal, es ahí donde nos abrazamos
con una fuerza que nace propia
un mismo hormigueo en el cuerpo
es la telepatía y sinceridad
rodeada de paredes blancas
y espacio disponible.




mudanza

el presente es todo el humo que soltaste:
la cabeza apoyada en mi hombro
y el suspiro final; te paso un mate
lo tomás lavado, me mirás y sonreís
te miro sonrío, por el retrovisor amanece
es una manera de creer en los días.
llevás las piernas al pecho como una nena
descalza, tus pies juegan en la felpa
del asiento; te vuelvo a ver acurrucada
frente al mar pasabas arena 
de mano en mano, hermosa
no te lo digo pero acaricio tu nuca
pienso en tu nuca, a eso
reduzco el universo, y preguntás
en qué estás pensando?

la ventanilla y el viento, su ruido
nos convence de la velocidad
un tema de rock, algo nuestro 
cantamos, la época vibra.

el auto avanza y la ruta
nos encuentra nómades
inmóviles, lejos
y en nosotros la casa
más intangible de todas.




placer

prendo un cigarrillo
y observo mansamente 
el mar como preludio del océano.
será lo más cercano de la eternidad
que estos ojos entiendan. el tiempo
es otro, dulce y benevolente, así
debe ser la felicidad en el mundo?
los duros conceptos adquiridos
van perdiendo cuerpo
y vuelvo a mi mejor infancia
a creerlo todo, todo.
el mar está firme:
la actividad cesa por antonomasia.
gaviotas, y nubes con el rigor
de la libertad, viajan apenas 
por un cielo siempre espontáneo:
existo porque vi esas gaviotas
y aquellas nubes y al resto
del paisaje: la totalidad
justa y necesaria. el viento sacude
mis cabellos como en las películas
el aire en movimiento es una suerte
de olvido; ausculto, cierro los ojos
y escucho el léxico de la costa.




Pablo Gungolo (Bahía Blanca, 1980) publicó el libro de poemas Polaroid (2011 Ed. La Parte Maldita) Los poemas aquí reunidos pertenecen al libro los restos (2017 Ed. En Danza).


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