martes, 22 de agosto de 2017

Álex Chico







Península

Cómo enlazar los dos
márgenes de esta Europa,
con qué motivo
aunar cada continente
que nos corresponda.
La Península acontece a la deriva,
imaginando un puente
sobre el Duero
que estreche sus dos orillas. Cruzarlo
es, en este momento, un anclaje más
que me trae de vuelta.
Iberia se reconoce en cada lugar
que visito,
desde el mismo paraíso prohibido
que busca su primer nombre.
Y en esta huida
parece que el territorio renace
con un nuevo destino.
No sé a qué acento corresponde
esta fuga: será ahora más certero el aviso.

Conozco esos lugares
que permanecen en la frontera,
y por todos ellos siento viva la memoria.
Cualquier espacio al oeste de Europa
podrá ser por sí mismo
una antigua trilogía.
Cualquier luz que no sobresalga
merecerá una habitación oscura y antigua.
Si todas las ciudades son, en definitiva,
una misma ciudad, puede que esta trasparencia
no se oculte: las luces de Granada
se anticipan a otros destellos del norte.
Será ese mismo crepitar el que nos diga
que el pábilo surgió en antiguos malecones
del Cantábrico,
intuidos desde Cádiz o Mojácar.
Este recinto de oscuridad
envuelve lo que digo.
(Volviendo a la orilla
con sumo cuidado, se pueden intuir
los minúsculos pesqueros).

Sigo habitando en Barcelona,
y será allí, en cada boca
de metro,
donde distinga un lugar único y certero.
Me viene a la memoria
aquel pinar de acantilado
que despertó mi conciencia
viendo partir los últimos barcos
desde la costa. O aquel tranvía
al que creí observar despejando
entre las calles más estrechas de toda la ciudad
los fulgores de una noche conclusa, satisfecha.
Distingo cualquier sonido
que me haga recordar una lejana conversación
en Coimbra
o una breve estancia
en Lisboa.
Los círculos fronterizos anuncian
algunas plazas que conocí en Salamanca.
(Rodeados de tierra, los paisajes urbanos señalan
todo su abismo).
Desde una oculta atalaya de muralla y piedra
observo escondidos los valles de Plasencia,
envueltos en hojarasca.
Los maizales invitan, de nuevo, a la partida.

Es curioso este azar que se abre camino
y me descubre todos los lugares de mi infancia,
observados ahora con la misma premura
y asombro.
No sé si será el silencio quien encumbra las aguas
de este río de sombra: Tajo o Ebro sirven a un idéntico espejismo.
Si la felicidad ha sucedido en estos paisajes,
aconteció sin apenas conciencia de ser vivida.
(Sortirem per la ciutat, baixarem cap al nord)

Todo atesora una intensa calma mientras se observa.
Parecen reproducirse ante mí lejanas imágenes visitadas
y me siento incapaz de condenarlas una a una al olvido.
Cualquier voz,
cualquiera,
recordará algún melancólico hallazgo del viajero.
Cualquier voz,
cualquiera,
conseguirá  habitar algún instante
de su memoria.
Se ha conseguido fraguar otro mapa
observando un mar en armonía.

Vuelven ahora los seudónimos que desearía
haber utilizado desde el comienzo: Torga, Kavafis, Al Berto,
Pámpano, Espriu, Lorca.
(Posible es ya el sonido desde Faro: Mensagem, en Pessoa).

En la estación de San Bento
diviso, por última vez, la ciudad de Oporto.

Son todos esos lugares, todos esos nombres, los que continúan
imperecederos en mi memoria.
Son todos ellos los que se repiten en la distancia
del eco
y me infieren nuevamente
tanta tristeza.


       Del libro La tristeza del eco (Editora Regional de Extremadura, 2007)





La parada del autobús

Iniciarás una nueva semana
y continuarás así el ritual
de tus días.
Seguirás la costumbre de levantarte
temprano y abandonar
con torpeza la habitación.
Sabrás, ya desde el comienzo,
que tu primera despedida se produjo
al cruzar el umbral de una casa.
Bajarás a la calle
en compañía de tu madre y esperarás,
aún con sueño,
la llegada de dos autobuses
con rutas similares.
La alegría consistirá entonces
en abrir bien los ojos,
porque se ha visto, a lo lejos,
los número 43 o 44.

Buscarás un hueco y convertirás
ese espacio en una humilde
y meritoria conquista.
Con suerte, quizás logres sentarte.
Mirarás con sosiego
la extraña mecánica de una ciudad
durante las primeras horas de la mañana.
Su movimiento, calculado hasta el extremo.
Su ordenación perversa
y, a la vez, admirable.

No conocerás a nadie.
En ese rincón del autobús
serás consciente del exiguo
espacio que ocupamos en el mundo.
Un universo aterradoramente minúsculo,
pero un universo al fin y al cabo.
No conocerás a nadie
y sin embargo aquellos viajeros,
efímeros y somnolientos,
te serán para siempre familiares.

El trayecto será largo
y aun así llegarás pronto al colegio
(recuerdas parte de su ruta:
Rambla de Guipúzcoa, Bac de Roda,
calle Mallorca, avenida de Roma…).
Aprenderás a construir un territorio
a partir de unas pocas calles.
Apenas sabías que todo lugar
encierra en sí otros lugares.

Recibirás más lecciones de esos viajes.
Comprenderás, por ejemplo,
que un refugio no se encuentra
en un espacio remoto,
sino en el hueco que has podido ocupar
en un vagón de metro
o en un autobús lleno de gente.
Comprenderás que para aislarse
no se requiere un paisaje desierto.
Basta con saberse solo
entre otros semejantes
con los que nunca hablas.

De las horas en el colegio
recordarás una tarde.
Fuera llovía y la lección avanzaba.
Alguien recitaba en voz alta
el nombre de los planetas,
que por entonces eran nueve.
Retendrás esa tarde
porque aprendiste uno de los pocos versos
que todavía sabes de memoria:
monotonía de lluvia tras los cristales.

Allí, pegado a la ventana,
siguiendo el curso de las gotas,
lograrás imaginarte en otro lugar.
Habrás iniciado, sin saberlo,
esa costumbre tuya
de estar siempre en otra parte.
En una fuente de Montjuïc,
mientras miras a la cámara.
En el parque de la Ciutadella,
que en aquel momento te parecía inmenso.
En las pistas de tenis
que improvisaste con tu padre.
En las vías de la estación de Francia
y en las palabras que leías al abandonarla
(Sí, Barcelona és bona…).

Estarás en otro lugar,
porque a media tarde dejarás el centro.
Volverás al margen.
El regreso bajo tierra será,
en el fondo, similar:
cambiar de línea,
acortar el trayecto
con algún juego recién inventado,
repetirte a ti mismo
unas cuantas palabras
por el simple placer de recordarlas.

Así pasarás tus primeros años,
en esos trayectos en los que, aún hoy,
intentas encontrarte.

Acabas de escribir el poema
más largo de tu vida.


        Del libro Un lugar para nadie (ed. De la luna libros, 2013)
  




Habitación

Formo parte de una habitación. Todo sucede en ella. Formo parte de una habitación y soy lo que queda en cada uno de sus ángulos y rincones. Soy lo que aún permanece porque no me abandona. Nadie, en el fondo, abandona una habitación. Pertenezco a un lugar con cuatro puertas que conducen a una nueva sala. La misma, siempre. Soy una habitación a la que busco un significado. Así nos engañamos y logramos sentirnos menos solos. El miedo inventa nombres para distraerse.
Una habitación es suficiente. Para vivir otra vida. O para sumar algo más de vida a la vida. Mi mundo es un misterio de habitación cerrada. Un palacio de cristal, inmóvil y variable. Una doble puesta en escena. Un territorio vacío, porque carece de cuerpo aquel que la ocupa. Tampoco yo tengo cuerpo cuando la habito. O lo tengo y no lleno con él ningún espacio. 
Me basta con saber que existe una habitación capaz de albergar a tanta gente. A la vez. Uno a uno. Les observo por el ojo de la cerradura y dialogo con ellos en ocasiones. La habitación reproduce el silencio de quien nos habla en otra parte. Así responde la habitación, con el ruido de pasos que aún la cruzan de uno a otro extremo. Con su quietud al simular que han comenzado a vaciarla. 
No soy más que una habitación. Desconozco los motivos que me han conducido a ella. Tal vez no necesite respuesta alguna. Tal vez, me digo, tampoco yo sepa dársela. Ignoro por qué una habitación y por qué sería peor si no existiera. Una habitación que comienza a desaparecer cuando estoy dentro y escribo.
Quizás ya no quiera ser más que una habitación, invadida y solitaria.
Sin poder salir de un lugar que alguien, una vez, llamó W.


Del libro Habitación en W (ed. La Isla de Siltolá, 2014)







Álex Chico (Plasencia, 1980)  Ha publicado el cuaderno de notas Sesenta y cinco momentos en la vida de un escritor de posdatas (La Isla de Siltolá, 2016), la novela de ensayo ficción Un hombre espera (Libros en su tinta, 2015) y los libros de poemas Habitación en W (La Isla de Siltolá, 2014), Un lugar para nadie (De la luna libros, 2013), Dimensión de la frontera (La Isla de Siltolá, 2011) y La tristeza del eco (Editora Regional de Extremadura, 2008), además de las plaquettes Escritura, Nuevo alzado de la ruina y Las esquinas del mar. En 2016, la editorial chilena Andesgraund publicó Espacio en blanco, una antología que reúne parte de su obra poética desde 2008 hasta 2014. 


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