viernes, 6 de enero de 2017

Walter Lezcano




Humo (fragmento)



Te decía:
yo por ese entonces
buscaba algo de luz en lugares oscuros,
algo más que sexo gratis
con olor a cerveza y a humo arrodillado.
Me iba de casa a la tardecita,
el sol bajando para que yo suba a una vida mejor,
y salía a cazar cosas con nombres raros.
Amor es una palabra estúpida,
pero si te toca
te arrastra y te arranca la piel del pecho.
(Esta es una metáfora estúpida)
Quería encontrar algo como eso.
Algo que no se pueda nombrar.


Caminé unas cuadras por el barrio
hasta la parada del bondi.
Las calles se confundían con la noche.
San Francisco Solano se desplegaba
en todo su esplendor.
La tierra que nadie sabe dónde queda.
Siempre escucho la misma pregunta:
¿de dónde dijiste?
Y si bien esto es Quilmes
no tenemos nada que ver con Quilmes.
No nos hacemos notar,
pero nos mojamos la oreja, sacamos pecho
y nos mantenemos despiertos hasta cualquier hora
para protestar contra esa fuerza extraña
que nos corta la sonrisa a la altura de la garganta.
Nos faltan un montón de cosas
que ya no importa nombrar.
Nos importa un carajo.
De todas formas jode.
Pero estábamos con el paisaje
y éste no se consigue en el Louvre.
Somos únicos.
Eso es muy importante.
Con el asfalto como utopía,
con un arroyo atravesando el cuerpo de la ciudad,
esa vena coagula agua sucia y restos de comida.
Vas a ver esos barcos de plásticos a la deriva
llamados Figureti, Waldo, Trompis.
 Y cada lluvia
convierte la mugre en lodo
 y eso en pequeños ríos donde los pibes se bañan
los días de calor.
El tema es:
¿Quién se morfa los tesoros?


Te contaba:
cada casa,
 ¿se puede llamar “casa” a esas cajas de madera,
a esos alambrados tambaleantes?
¿Y esos pozos mutilados que están al frente
y algunos llaman jardín?
Cada una tenía prendida un foquito de 60 watts,
la tele  sobre el plato,
y algo perdido o esquivo.
La felicidad es un buen chamuyo
del que alguna vez oímos un silbido,
esa lejanía que te empuja una mueca
muy parecida a una sonrisa.
Pero no es ni ahí.
Levanté la vista:
el cielo estaba a punto caramelo.


Mientras esperaba,
mientras el tiempo se deslizaba suave
saqué un pucho que le robé a mi novia.
La recordaba colocándose el tabaco entre los labios,
chupando,
consumirse la garganta a través de un papel
la hacía sentirse suicida.
Pero nos morimos a cada momento.
Lo miré un segundo y lo guardé.
Yo no fumo.
Nada más me gustaba tenerla cerca de esta manera.
Esa pequeña cosa inflamable sin sentido
era un pequeño santo al que ella le rendía tributos
 y devociones,
y largos besos también. 
Llevaba su marca,
la llevaba a ella
o eso quise creer.


Llegó el colectivo.
Me subí.
Saqué boleto de uno diez
cuando tendría que haber sacado de dos pesos.
Los asientos estaban sucios:
no me llamó la atención para nada,
 por estos lugares
a nadie le importa dónde apoya el culo.
Me doy cuenta
al ver esas nenas desbordadas por su cuerpo,
panzonas,
preñadas.
El manoseo es un camino peligroso,
lo sé porque yo nací de una noche indeseable.
Los veía mientras doblaba el colectivo.
Eran tantos,
aún son demasiados,
todavía niños contra el paredón:
fusilándose.
Ella con el clítoris al palo,
él que no puede controlar sus manos
parece no creer lo que está viviendo
porque necesita comprobarlo con el tacto,
los hombres somos así.
Un toque,
apenas un roce.
Lo demás es un exceso innecesario.


¡Qué locura creer que la noche enseña algo!
La escuela de la calle es una mentira,
siempre lo supimos,
pero las mentiras
te bancan la parada cuando todo se apaga.


El bondi me deja cerca del lugar:
voy al recital de un amigo.
Mi amigo toca la guitarra,
la enchufa a dos veinte y lo que se escucha
es pura electricidad,
hace ruidos con ella:
sonidos que se chocan, expanden,
se contraen, ensucian.
Dice que eso se llama rock.
Cree que está contribuyendo  a una causa.
Esa música, ¡por dios!
viene arruinando vidas
desde que nació.
No hace falta dar apellidos
no soy buchón.
Los jóvenes siguen confiando,
tocando
pagando
soñando
viviendo
en nombre del rocanrol.
Me pregunto
si hay esperanzas para ellos
si hay esperanzas para nosotros
si hay esperanzas para alguien.


Camino  dos cuadras oscuras
y llego al lugar.
En las esquinas los pibes se reúnen
alrededor de la angustia,
que parece alegría desquiciada,
euforia envasada y efervescente.
Estoy viejo.
¿Qué importa?
Mis sueños son imposibles,
eso me da soltura y tranquilidad.
Puedo pensar, entre otras cosas, que mañana
el día será una parada más de esta gira interminable.
Pero estábamos con los pibes,
¿Quién más puede ser tan arriesgado,
tan temerario a esa hora imprudente?
Vi a un grupito:
chicos, chicas y todas las posibilidades,
estaban tomando algo extraño en una botella de plástico.
La búsqueda inagotable de certezas, ¿no?
Se frotaban las manos,
yo me subí el cuello de la campera
y sentí un ligero escalofrío.
Estaban desabrigados
pero hermosos.
Ser joven es ser hermoso.
Son esos años donde la ansiedad
te come los codos.
El futuro es todo lo que está por venir
y no un espejo maltrecho del pasado.
Los miré,
ellos  quieren cargarse de recuerdos
de momentos inolvidables.
Y tal vez lo hagan,
pero pasarán.

La mugrosa puerta de entrada del local
estaba rodeada de afiches que nombraban el pasado:
Pobres dementes, Motor Loco, Destrucción masiva,
Los leches, A-D 90, y así.
Cuánta gente haciendo cosas,
peleando contra el viento
justificando su existencia ante la nada.
Esta es la prueba de que el tiempo existe
o de que ninguno va a sobrevivir
a la acumulación de días y horas
y momentos desechables.
Me cobraron la entrada,
sonreí ante tamaña injusticia
porque el arte
ahora tiene marcas indeseables.
No importaba,
todavía alcanzaba,
iba a tirar de la soga a fondo,
buscarle el límite y pasarlo.


Entré:
la oscuridad es un color tan luminoso
y tan atractivo
que podría vivir en él todo un sueño.
¿No comprendés que la repetición
es la forma más sutil del olvido?
Esas baldosas
en las que apoyé orgulloso mis pies
me daban seguridad.
Con tantos rieles encima,
historia nocturna y eterna, 
estaban, estábamos, escribiendo el futuro.
Y ojalá el futuro
no venga nunca
que nos divirtamos toda una vida,
una vida que dure una noche eterna y fugaz
así no me aburro,
así nos damos cuenta
que nada se repite
 y todo es hijo del tiempo,
de esos momento en donde
la vida se aleja de la realidad.
¿Vos me entendés? ¿No es así?
Si,
nos estamos entendiendo.



Walter Lezcano (Goya, Corrientes, 1979).  Docente de Literatura. Editor en Mancha de Aceite. Periodista freelance.  
Publicó Jada Fire (Difusión Alterna, 2011), Los Mantenidos(Funesiana, 2011), Tirando los perros (Gigante, 2012), 23 patadas en la cabeza (Difusión Alterna, 2013, Eloisa Cartonera, 2015), Humo (Vox, 2013), Calle(Milena Caserola, 2013), El condensador de flujo(La carretilla roja, 2015), Los Wachos (Editorial Conejos, 2015), Fractura expuesta(Interzona, 2015), La vida real(Viajero Insomne, 2015), Suena el afilador de cuchillos (Nulú Bonsai, 2016), 2 Poemas (Ediciones Arroyo, 2016), Working class hero (El ojo del mármol, 2016), Rejas (La carretilla roja, 2016) y Violencia doméstica (Santos locos, 2016).

Participó de las antologías: Esto pasa. Poesía en Buenos Aires (Llanto del mudo, 2015), Nunca seré poesía. Obra poética de Ricky Espinosa (Milena Caserola, 2015), Una remera rockera (ArteZeta, 2016) y Pobre diablo (Pelos de punta, 2016)

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