-Cap.
2-
Si caminamos junto
al muro apoyando el dedo índice por tiempo suficiente
más que una vuelta
a una sociedad pre-Estado, experimentaremos
una placentera
sensación de continuidad
que nos convence de
habernos convertido en una bandada de gansos del Ártico
migrando a través
de la cabeza de un santo.
Altitud, no
teléfonos públicos, nos separa de los otros seres
y en nosotros mismos
se distancian dos motivos,
perpetuidad y
urgencia de cobrar.
Más tarde, en la
verdulería, hablamos de que la felicidad no tiene precio.
Llega mi hermana,
con noticias.
Dice que debemos
sufrir más para que nuestra vida entre a la lista de los clásicos.
“Cuando pasamos
—respondo— de la sala de almacenamiento del útero a la línea [de
montaje de la vagina,
antes de que nos
recibieran los ortopédicos guantes del obstetra, nuestra madre
desconocía del todo
que nos depositaría de veras en un cluster portuario y, mira, [cada
sentimiento sublime
ha existido a cambio de mantener tasas exponenciales de [rendimiento.
¿Para qué quieres
otro tinte para dañar de otra forma el pelo?”.
Se despide y si
abnegación, esparcimiento y dulzura fueran vestidos en una [percha,
la suya
sería la mejor
tienda de diseño de autor.
Empieza a lloviznar
exclusivamente sobre mis hombros
y solo la
certidumbre de ser el único miembro de una conspiración
resulta más intensa
que la tristeza de que la mitad de mis recuerdos con otros [sean un
tema inédito.
Océano amado, donde
los vi veranear a ellos, eres una necrópolis de miradas.
¿Con tantas flores,
los cementerios serán entonces viveros en la percepción de los [muertos?
Sus mismas horas
extras bajo tierra las dedicaré esta semana en la of. a cuadrar [gráficos.
Me desfiguraré la
cara cubriéndola con una media de nylon para comunicar mi [idea de
integración social.
Envidio
al robot al que le enseñaron en varios idiomas a decir “amor”.
(De Hoyo 13: novela barrial, 2013)
(De Hoyo 13: novela barrial, 2013)
El basurero
Arrecife es la
palabra que ahora menos me interesa.
Alude a meandros, es
cierto, a laberintos
pero insinúa
remotamente también el hallazgo posible de un círculo ideal.
No es lo que ocurre
en la vida de los primates superiores,
entre los cuales
nací, como todos,
con un lóbulo en el
cuello.
La palabra que me
complacería oír es “alopécico”.
De allí puedo
extraer un deseo devenido en calvicie total
y a la vez
acompañarlos por el parque mientras sus pensamientos del día
modulados por los
senderos curvos terminan
por constituir un
basural de objetos hermosos.
Pasan autos
silenciosos. Pero llegado a este punto, preferiría
verdadero silencio y
un basural me lo da.
Así es fácil ser
un buen hermano y aceptar yacer entre la especie.
Basta con escoger al
más ruin de todos, aunque no peor que nosotros,
con tal que lo
mantenga. Los mirlos lo hacen,
paradójicamente a
través de un canto acorde
cuya esencia es ser
percibido como la largueza de una evaporación.
Parece de tal modo
que sonidos bien escogidos restauran la página en blanco.
Al elaborar con sus
gorjeos un cuadro vacío, los mirlos hacen arte [contemporáneo.
Quién no quisiera
ser el atropellado que descansa para siempre dentro de él,
aunque nadie quiere
morir. Allí repetir el pensamiento:
“el páramo
satisfizo su íntima entonación”.
Lo propio del árbol
es irse callando y lo de las historias ruidosas
acumular un basural,
con destellos de minerales.
Frente a él me
encuentro, con la sensación de que ayer es un anticuario.
Escarbo y descubro
un yo vergonzante, un aforismo y hasta una nube muy blanca.
Está en mí
alargarla sabiendo que todas las peticiones que corren todavía a lo [largo del subsuelo
no harían con ella
una sábana tan grande. Hay algo cruel en extenderla, e [inmaculado.
La fineza decidirá
qué destino concederle. Puede elegir enfundar a los suicidas,
puede elegir no
distinguirla de la niebla.
(De El
portapliegos, 2016)
Un caballo árabe
Ahora que no es
fundamental la respiración
tengo tiempo de
discernir cosas. Distichlis spicata
es el nombre de la
planta que abunda junto al litoral.
Pero no me gusta el
litoral, es un hermafrodita de mitos.
Amo los surcos de
las paredes aunque no exudan
indulgencia. Cuando
la tristeza forma una trenza de novia,
es de suponer que
concederán algún día
perdón. Pero a
quién, a los solitarios
o a los cazadores de
momentos,
incapaces de
soportar nuestro perfume.
Ahora estoy confuso
para saberlo. Afuera
la vida escogió a
un ciego y la ardilla crea al árbol.
Las aves causan
bullicio como de costumbre,
irritantes porque en
mi interior existe una pista musical.
Creí en su sendero
y de hecho se encuentra ahí
colmado de artes
visuales, con escombros de agendas,
una angustia
repetida simulando la felicidad.
No me gustan las
aves, no me gusta que su renombre
me persuada a creer
tan fácilmente de nuevo.
Son lo que son y aun
así guerrean. Como si sol con desventura.
Pero
obro como ellas: hago poemas de la descomposición.
Los
nenúfares de Monet
Una
idea es opcional. Crecen
en nuestro interior estupores de un viaje relámpago
solo rara vez capaces de producir forma.
Lo que sí generan es a la vez melancolía y lujuria,
porque les gustan los chistes, las sombras,
además de ira y odio.
Ni las plantas carnívoras, con sus miles de receptores
en nuestro interior estupores de un viaje relámpago
solo rara vez capaces de producir forma.
Lo que sí generan es a la vez melancolía y lujuria,
porque les gustan los chistes, las sombras,
además de ira y odio.
Ni las plantas carnívoras, con sus miles de receptores
para
capturar moscas, atrapan
entonces en el aire mejor un humano.
Y cuando sufrimos, sin saber qué virtud aplastamos, nuestro cuerpo
pesa más que un contenedor de celos llorosos.
Una idea es opcional. Por ejemplo
la idea de ser peruano
o de que los peruanos somos lo que comemos y excretamos
luego de haber practicado en las mesas la integración social (¡?)
Y cuando sufrimos, sin saber qué virtud aplastamos, nuestro cuerpo
pesa más que un contenedor de celos llorosos.
Una idea es opcional. Por ejemplo
la idea de ser peruano
o de que los peruanos somos lo que comemos y excretamos
luego de haber practicado en las mesas la integración social (¡?)
con
cerveza producida en casa.
Cuando murió Fedra, mi perra de origen suizo,
me recluí y no hablé con un peruano en seis meses.
Cuando los lagos de altura sean aeropuertos
y el ganado no pueda llamarle pan a la tierra
y los telares dejen de ser hilados mientras pace
sin sentido del tiempo, y gustándolo,
Cielo, muestra generosidad, perdónanos.
Cuando murió Fedra, mi perra de origen suizo,
me recluí y no hablé con un peruano en seis meses.
Cuando los lagos de altura sean aeropuertos
y el ganado no pueda llamarle pan a la tierra
y los telares dejen de ser hilados mientras pace
sin sentido del tiempo, y gustándolo,
Cielo, muestra generosidad, perdónanos.
Nazcan
de tu crucifixión restituciones.
Contesta con bondad, no destruyas a los peruanos abyectos.
Contesta con bondad, no destruyas a los peruanos abyectos.
No
crearon ellos las praderas.
Transpuesto
(Homenaje a Robert Hass)
Coge
este acertijo:
¿Por qué los árboles no proyectan una arrogancia vertical
cuando a las claras no son seres horizontales?
Coge este otro:
A mi piso llega a veces de la nada un olor de pescado revuelto.
Ahora entremos en el aire.
Yo miraba los árboles como se mira a las personas,
con reproche, creyéndose en secreto mejor, con ternura
y ganas de tocarlos; yo miraba su presente,
lleno de estrategias de flores y comunidades que quieren vivir,
como un hombre con mala fortuna —y quién no lleva ese nombre—
mira su pasado, donde la pérdida formó bellas plantaciones,
y había olvidado cómo pescar;
esperar sin esperar grandes honores, según lo hace él,
parado allí donde las piedras han sido devoradas por el musgo,
los pulmones bendiciendo las ráfagas, el recuerdo soportando el sol,
y con suerte regresar a casa con dos o tres cabrillas, o quizá una manera
de disponer palabras en una página que brillan como escamas
o respiración, pues los pescados son para regalar a un amigo
y nadie desea más que aprender a respirar.
Yo había confundido los árboles con una purificación.
Quería pedirles lo que no podía entregarles, paz
para una repetición. Pero se posaría en mi brazo una mosca
con su día clínico, para recordar que una escena puede desvanecerse
pero no la pesadez que dejó caer, tonal como pensamientos sobre paja.
Yo buscaba en los árboles la seña de una concesión.
Yo, siendo hermosos, los tomaba por una forma enrevesada de la felicidad.
Hasta que volteé hacia cualquier sitio de memoria,
todo desolación y derrumbe, y lo vi trabajar honestamente,
sin máscara antigás, jubiloso por recoger lo que ahí existe,
dolor cubierto de arena y arena que honra el dolor,
el soplo sucio de haber vivido
y pagarlo con pescados de palabras.
Yo miraba a los árboles en muda, hasta que al pasar a otro nombre
de la antología encontré a Robert H.
Entonces no se me escapó el secreto:
primero está el deseo, antes los árboles, y arriba las estrellas muertas.
¿Por qué los árboles no proyectan una arrogancia vertical
cuando a las claras no son seres horizontales?
Coge este otro:
A mi piso llega a veces de la nada un olor de pescado revuelto.
Ahora entremos en el aire.
Yo miraba los árboles como se mira a las personas,
con reproche, creyéndose en secreto mejor, con ternura
y ganas de tocarlos; yo miraba su presente,
lleno de estrategias de flores y comunidades que quieren vivir,
como un hombre con mala fortuna —y quién no lleva ese nombre—
mira su pasado, donde la pérdida formó bellas plantaciones,
y había olvidado cómo pescar;
esperar sin esperar grandes honores, según lo hace él,
parado allí donde las piedras han sido devoradas por el musgo,
los pulmones bendiciendo las ráfagas, el recuerdo soportando el sol,
y con suerte regresar a casa con dos o tres cabrillas, o quizá una manera
de disponer palabras en una página que brillan como escamas
o respiración, pues los pescados son para regalar a un amigo
y nadie desea más que aprender a respirar.
Yo había confundido los árboles con una purificación.
Quería pedirles lo que no podía entregarles, paz
para una repetición. Pero se posaría en mi brazo una mosca
con su día clínico, para recordar que una escena puede desvanecerse
pero no la pesadez que dejó caer, tonal como pensamientos sobre paja.
Yo buscaba en los árboles la seña de una concesión.
Yo, siendo hermosos, los tomaba por una forma enrevesada de la felicidad.
Hasta que volteé hacia cualquier sitio de memoria,
todo desolación y derrumbe, y lo vi trabajar honestamente,
sin máscara antigás, jubiloso por recoger lo que ahí existe,
dolor cubierto de arena y arena que honra el dolor,
el soplo sucio de haber vivido
y pagarlo con pescados de palabras.
Yo miraba a los árboles en muda, hasta que al pasar a otro nombre
de la antología encontré a Robert H.
Entonces no se me escapó el secreto:
primero está el deseo, antes los árboles, y arriba las estrellas muertas.
(De
El vaquero sin agua en la
cantimplora, 2017)
Rafael Espinosa
(Lima, Perú, 1962) publicó doce colecciones de poesía: Fin
(1997), Geometría (1998), Pica-pica (2001), Book
de Laetitia Casta y otros poemas (2003), Verbos regulares
(2005), El Anticiclón del Pacífico Sur (2007), Aves de la
ciudad y alrededores (2008), Amados transformadores de
corriente (2010), Los hombres rana (2012), Hoyo 13:
Novela barrial (2013), El portapliegos (2016) y El
vaquero sin agua en la cantimplora (2017).
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