
Meridiano
Hacer del paso un hacerse. Afluentes que toman fotografías
en el ahora de alguienes idos al quién sabe qué del destino. O sino, según
traducciones empáticas desviantes de la energía melancólica para una infancia
estanterizada como quinielas de empresas hundidas. Como agónicos goles
clasificatorios noticiados en el mundo entero. Como plazos de deuda externa.
Como dibujos del reino vegetal y minerales expropiables. Como himnos
nacionales, hacer el canto un cantarse. Ser la flauta que vibra. Hueco el
cuerpo, la música. Las gracias. Las clases, los actos en los fogones con amigos
que se renuevan en los años venideros. Como los soplamocos no dados en la
amenaza de hacer mejores frutos. Frutas de vientre humano. Por las ganas de llorar
cuando la cancha les toma lista. Mirando y gritando posiciones. Y olores de
cuerpos que perduran en las cuatro paredes de hogares que no son tales. Sin
conexión a internet. Sin beneficios de pertenencia. Con sutiles melodías en la
frecuencia audible. En el primer rayo naranja de sol reflejado en la pared.
Justo encima de ningún trofeo de natación. En el mismo pueblo natal.
Suficiente. Listo para dormir pero no en el espíritu del café de la primera
luna llena vista. Y no querer volver a ninguna patria. Inentendibles moscas de
sandía. Inexplicables jugos de tetrabrick para universitarios abandónicos
recalcitrantes. Con un poco de suerte, con la casa vacía como envases de la no
fiesta que acaba de apagarse. La avenida más grande de Latinoamérica tan cerca como
las casitas de colores de una infancia insoñable. Estirándole los brazos a un
abrazo nonato. En el réquiem de un momento. Y palmas, ritmo que late en deseos
de partos sin llantos, de vocaciones inscritas en la frente, sol en el sol,
padres superables y fortunas heredables como casas de campo que giran con el
sol. Como el hambre de vida que llegó al irse la escuela. Como deseos olvidados
para estrellas que descienden a campos de fútbol en una oportunidad que es agua
entre dedos que tocan fondo. Que tocan epitafios en los que se entiende cada
letra. Y ropa que da pena. Y leyendas que alzan el vuelo en el vientre de las
alas marchitas. Y todos los días siguientes, laborables.
Mientras ancianos ven
alejarse la esperanza como buenos días pasados
Qué linda queda la ropa, ahí va, viaja en la calle en
aromas: la libertad alienante es la única posible en este catálogo de chistes
llanos. No entra una mirada asesina por el ojo de esta cerradura, mas sí un
disparo puntual. Por eso dejo la llave puesta en la ranura especiada. En la
llanura de los votos equivocantes la queja se hace pira y deme todo esto de
medicamentos, señor, pero no le alcanza, señora, es que tengo que alimentarme,
señor, por favor vayasé. Y las vallas, las piedras y las balas tan pero tan
cerca del perfume y el protocolo. Pasan vestidos de sábado los días, y nada
parece alternar la restricción que, como el agua del río, ahoga a quien no hace
pie y es perseguido. No hay testigos pero esto ya pasó y culpables somos todos,
pero preso vas a ir vos. Hoy no, dice xadre a hije y mañana tampoco, pienso yo,
y el lenguaje es libre y vos no. Hace años que no voy a la playa con clientes
de Papá Noel a cuestas en el origen del año que sin ellos no pasaría jamás, y
sonrío al pensar en el tiempo que le gano al centavo de dólar lamiéndome la
pena como un felino su lomo. Amenazan con despidos en el área pero quieren que
todos encontremos nuestro lugar para ser felices (vida es goce y nada más),
suben los impuestos para cuidarnos (se hace en todos los países del mundo),
bajan los sueldos y suben los precios (pero esto no se reflejará en el poder
adquisitivo), crece el desempleo (¿a quién le importan estos deshechos de
cuerpo?), qué lindo, qué bueno. La vida está bien si no te rendís.
Como película copiada
de videoclub
Puesto en marcha una vez más el lenguado, hado de sinos que
sino son se arrugan en la ruina de lo sible, se dice lo que no se sabe, se sabe
sólo que se ignora, se cree que es distinto lo que es, se actúa en
consecuencia, se apilan las secuencias en el expediente secretamente público,
se pule la mente como nácar, como película copiada de videoclub, se alquilan
los conceptos, se paga una multa por el de más, se señala con el dedo de
señalar. Se apuntalan los apuntes copiables, la foto circula, se cierra la
persiana y se abre al otro día, se publica la historia, se imprimen verdades en
pegatinas, se apartan de cargos personas, se desvinculan hermanos de sangre y
también de los otros. Una vez que cunde el pánico, que el terremoto asiste al
ya, una vez que se reparten los papeles, todo dicho ya está… o eso parece. Y
nada es realmente lo que parece, ni siquiera lo que pare: nada es su reflejo,
pero sí el antónimo de este.
Una incomunicación
preocupante por parte del que manda
En la paranoia armamentística del núcleo estallante para la
justificación de las ventas del bien más deseado: la máquina de hacerle
agujeros al impedimento de ser dueño de aquello que no es de nadie. La tropa
avanza y caen los que dan los primeros pasos: será una bala, un sablazo, cuestión
de tiempo el primer golpe de nucas sobre el campo de batalla. Crece la comida a
un costado de la carencia, semilla cada diente caído en la usina de las
vanalidades. Hay un sorbete para la sangre del mecanismo que se vacía, se licua
y vuelve a llenarse cada mañana, kilómetros después de la esperanza,
pronósticos extendidos en las pantallas. Y hay quien sorbe la que mueve cuerpos
de un sutil y abstracto modo casi imperceptible para el oído del perro y para
el ojo humano. Baja la venta y sube la venta y el poder ya no es adquisitivo
sino un pulgar que aplasta habitantes como mosquitas de baño húmedo. Y hay
quienes usan la voz para justificar a los asesinos y sonríen en la calle a la
que salen sólo cuando la prensa los invita.
La miseria que lloran
quienes jamás pasaron hambre
Un invierno patrio nacido en el diciembre sudamericano
austral para que todas las voces se den cita en el canal estatal y en los demás
voceros (privantes) del ya y para que cada pobre sea un poco menos humano. Y
para que cada negocio jugoso chorree sangre joven, débil, nueva en la llanura
de los chistes de mal gusto que prende fuego una vida cada menos horas que las
que entran en un día mientras lloran miseria quienes jamás pasaron hambre y los
conceptos álgidos que decoran diccionarios se sientan en la mesa del azar a
burlarse de nuestros cadáveres. ¿Hay un Pepe Grillo marca Disney en cada
corazón occidental dictando las bondades a realizar para ser derecho y humano?
Hay hambre en el granero del mundo, vidas marchitándose en el jardín florido,
muertos y muertas de frío en la docta, amantes acribillados a odio en el mar de
plata, mientras en el resto del todo se arrastra el mismo sino rancio. Todo lo
que nace rinde cuentas al ya que es Dios increado en cada rezo lleno de fe y en
cada iglesia edificada sobre la roca llamada “ahora” y en cada bautismo
fotografiado como si los acontecimientos pútridos de cada yo fueran cimiento de
algo que dure eternamente. Y la creencia que se expande en el yeite siome de no
saberse, de no entender el estar siendo mientras todo se marcha hacia negros
agujeros estudiados por un alguien que, de haber nacido en estas playas, nadie
atendería.
Campos de mandrágora
donde corríamos
Virtuados biteables en la condena opinóloga del quién sabe
qué que es el ya, apantallados los vientos y las voces que van y van (¿van?) y
parecen surgir de una fuente que no es más que ausencia, un reclamo por la nada
misma que se expande como una plaga que sólo acepta nutrirse de otras plagas y
al reproducirse fruta pavadas. Y la página musical que suena y se comparte ojo
a ojo y es burla programada para reírse de la mano que tiembla en el frío fatuo,
en la quilla de este barco que avanza hacia su hundirse, en la tráquea operable
de todo lo sible de oírse, en el hipotálamo que se emparrala vientre dentro de
los hombres que piden pico y pala para otros y guardan en sus bolsillos vacíos
de paciencia y llenos de miseria, sus manos. Purga por sexo en Chechenia, filas
por comida en Argentina, muertes en la calle en Venezuela y en cualquiera de
las otras patrias, siempre el deceso lo ponen los mismos, mientras cada vida su
ombligo se mira y teme y ama y odia y al otro día lo de hoy se lo olvida.
Ninguna boca brotó lo breve que capta, lo nimio que ilumina, el diente que la
boca alimenta y enciende la zarza que no cede, la que no se aplaca. Todo lo
incierto por venir ayer renovó contrato y no hubo ovaciones ni vítores para
ninguno de los presentes. Hoy los campos se vacían de fruto, se inundan de
desgracia, emigran los nativos, y reparten regalos en la ciudad de la injuria
aquellos que de tan acostumbrados ya ni saben qué cosa es la costumbre.
Curtiembres para abrigar la sinestesia que nariz mediante regurgita en
estómagos comparables a bolsas rotas ese jugo rancio que sale sin pedir
permiso. Todo el peso de una vida sobre otra vida sobre muchas vidas que sorben
la última gota de un alimento caduco desde el día de su envasado. Y los
segundos miércoles de cada mes, a mitad de precio con la tarjeta indicada.
Estos textos pretencen a Guitarra y videojuegos, aún inédito
Emanuel Frey Chinelli (Quilmes, 16/6/1988). Publicó Juan (2009), La ecuación de los mediocres (2009), La sangre (2014), Los meses
(2015) y Cuadernos de la rabia
(2016). Dirige junto al poeta y traductor Pablo Arraigada el sello editorial A
pasitos del fin de este mundo.